El hospital de la última oportunidad para los enfermos de sida en Bangui
A Annie, de 37 años, le cuesta respirar y sus piernas son esqueléticas. Desde hace tres días recibe tratamiento en un hospital dedicado a los pacientes en una etapa "avanzada" del sida, en la capital centroafricana Bangui.
"Mi marido murió de VIH, así fue como supe que era seropositiva", cuenta tocando su cuello agrandado por la hinchazón de sus ganglios linfáticos. "Tengo seis hijos, ¿quién se ocupará de ellos si muero? ¡Tengo que vivir!", clama.
En la República Centroafricana -segundo país menos desarrollado del mundo, según la ONU, y en guerra civil desde hace más de ocho años-, alrededor de 110.000 personas se ven afectadas por el VIH en una población de unos 5,4 millones de habitantes.
Pero muchos no entran en este recuento, por falta de pruebas.
Con el apoyo de la ONG Médicos sin Fronteras (MSF), el hospital comunitario de Bangui es el único lugar dedicado a los enfermos de sida llamados "avanzados".
Cuenta con 68 camas más otras 15 para el servicio de reanimación.
Un olor fétido se escapa de las tuberías obstruidas. Calzados con botas de lluvia amarillas, dos hombres lanzan agua clorada. A su alrededor, seis pacientes los miran en silencio.
En esta sala anexa al servicio de medicina interna, las personas hospitalizadas padecen, además del VIH, enfermedades oportunistas.
Los pacientes, seropositivos durante años -en su mayoría sin saberlo- tienen un sistema inmunológico muy debilitado.
- Coma -
"Muchos de nuestros pacientes entran en coma", lamenta la doctora Jennifer Stella, directora de los equipos de MSF en el marco del proyecto "VIH avanzado", que ofrece una atención de urgencia antes de remitir a los enfermos a centros de salud para tratamientos de por vida.
En la República Centroafricana, donde cerca del 70% de la población vive por debajo del umbral de pobreza según el Banco Mundial, el precio de un examen de detección de VIH, entre 2.000 y 3.000 francos CFA (3,4 a 5,1 dólares), puede ser disuasorio.
"Solo en Bangui, la prevalencia de la epidemia es el doble de la media nacional", detalla Stella. Y muchas personas desconocen su estado serológico. "Esto explica que las dos terceras partes de las mujeres diagnosticadas como seropositivas ya estén en una fase avanzada de la enfermedad cuando comienzan el tratamiento", continúa.
"Nuestra tasa de mortalidad se sitúa entre 10 y 15%, algunos adultos pesan 30 kg al llegar y alrededor del 70% están afectados por la tuberculosis", precisa.
La mayoría de los pacientes ingresados en hospitales comunitarios son VIH positivos. Pero no todos. Los primeros son fácilmente reconocibles por una gran caja de medicamentos colocada a los pies de la cama.
- Estigmatizados -
Cuando salen, la hostilidad hacia las personas afectadas por el VIH puede ser omnipresente, obligándolas a ocultar su enfermedad.
Unos rayos de sol iluminan la sábana amarilla que envuelve el cuerpo de Malika, 43 años. "Siempre he tenido miedo de las burlas o del juicio de mi entorno, mi enfermedad es un secreto", confiesa.
Su mirada triste se ilumina con una dulce sonrisa. "Las únicas personas que conocen mi estado son mi hijo mayor, con quien dialogo fácilmente, y mi marido", seronegativo, prosigue Malika. Su mayor alivio es que todos sus hijos son negativos.
"Me enteré de que tenía VIH en 2006 durante mi embarazo y, gracias a Dios, tomé el tratamiento de inmediato y ninguno de mis hijos tiene SIDA", prosigue.
El secreto sigue siendo la forma más segura de no ser rechazado por familiares y amigos, testimonian los enfermos.
"Los medicamentos reducen la carga viral y hacen que el VIH no se transmita, se puede vivir con el sida", insiste la doctora Stella.
Las terapias antirretrovirales triples son remedios extremadamente costosos, pero en el hospital comunitario todo es "gratuito para los pacientes de VIH", como indica una inscripción en hojas A4 pegadas en las puertas vetustas.
Mientras que en otras partes del continente y del mundo, las campañas de prevención y lucha contra el sida se anuncian en la calle, en la República Centroafricana los poderes públicos permanecen en silencio.
M.McCoy--TFWP